A bientôt, Paris

Y tras nueve maravillosos meses repletos de todo lo se ha y no se ha contado en este espacio, mi etapa parisina llegó a un feliz final, un desenlace de los que sólo ocurren en una ciudad tan mágica como esta. No diré que comí perdices pero sí que hubo fuegos artificiales, y de los grandes y coloridos 😉 Y así, con pena pero con gloria, me despedí de cada lugar, cada locura y cada persona que hubiera compartido conmigo una pequeña parte de la ciudad de la luz, el arte y, ahora puede que sí, el amor.

Escribo ésto meses después a modo de cierre, tras un brillante colofón de curso en las playas de Cuba y un fantástico verano. Muchas cosas han pasado y siguen pasando aquí donde me encuentro, al otro lado del planeta, pero eso ya es otra historia… La que concluyo hoy en este espacio aquí queda para el recuerdo; en realidad nunca acabará, porque París es eterna, y lo que en ella se vive… también.

A todos los que han vivido este sueño, bisous tendres!

Nos vemos en cualquier otra parte!

Cultura primaveral

Y es que no todo en esta ciudad es fiesta, ¿sexo? y desenfreno. El mes de mayo termina en París, “eventuales” locuras aparte, dejando la despensa llena de cultura lista para sacar a colación en cualquier charla pseudo-intelectual.

El curso en la Alliançe Française fue mejor que bien a pesar de mis ligeras resacas en algunas de las clases, y cuando digo “mejor que bien” me refiero a que más que Alliance Française debería llamarse Alliançe Gay. Una lástima que mi conciencia, religiosamente educada, me impida dar más detalles. Queridos y queridas ávidos y ávidas de morbo, os vais a tener que seguir aguantando las ganas. De todos modos no encendáis los fuegos artificiales, no, se ve que a un servidor no le gustan las historias sencillas. En líneas generales el mes se resume en maniobras de escapismo, ambigüedad sexual y asuntos raciales. Casi nada. Merece un café o dos. No-digo-más.

Entre exposiciones varias como las es-pec-ta-cu-la-res muestras de Turner e Yves Saint Laurent en el Grand Palais y el Petit Palais respectivamente , escapadas de fin de semana a Chantilly y veladas operístico-teatrales con la maravillosa Audrey Tautou y el excéntrico John Malkovich, el mes parecía transcurrir rebosando arte y tranquilidad. Iluso. Sólo diré que tras una de mis “citas” casi acabamos en el cuartelillo por hacer una regresión a los quince años, sentirnos traviesos y huir tras un mísero sin-pa. Muy poca clase y muy poco glamour, pero después de un mes de semejante tranquilidad, por algún sitio había que soltar adrenalina. De todos modos, hasta la broma más inocente me sale rana. Os comento:

A medida que mi cita no funcionaba del todo bien fui incorporando amigos-satélite para rebajar la tensión, a lo que el sujeto en cuestión respondió de la misma manera. Todo era rarísimo pero no funcionaba mal y acabamos, lo juro, cenando todos (él, yo y satélites) en amor y compañía en no-diré-qué estupendo restaurante. Estaba claro que la noche no podía terminar con normalidad. Y así fue después de que uno de los “anexos” de mi “querido”, un americano difícilmente definible y bien entrado en los treinta, entrara en crisis psicótica al enterarse, una hora después, de que habíamos decidido no esperar a que nos trajeran la cuenta en el local. La escenita, impagable. Todos corriendo detrás de un histérico soltando improperios por mitad del Marais, intentando evitar que se plantara en el restaurante haciéndonos pasar a todos por comisaría. Para aplaudir y echarnos monedas estaba la cosa, y no puedo hacer públicos más detalles pero os diré que la historia termina en Los Ángeles, California. Ahí lo lleváis.

Y hablando de cruzar el charco, apuntemos el dato de que, entre tarde de estudio y tarde de estudio de cara a mis inminentes exámenes, he decidido que en 20 días me planto en las caribeñas playas de Cuba. Sin más. Y es que un año como este merece un brillante colofón… ¿no? :S

Abril, lavas mil

Bona tarda, petits!

Regreso al ciberespacio después de un ajetreadísimo y maravilloso mes de Abril, lavas mil. Visto y oído: Europa colapsada por ¿¡un volcán!?

Tras la marcha de los señores Galisteo después de pasar unos estupendos días de relax en París aprovechados al máximo entre cultura y buena gastronomía (Apunten: Café Marly, Café Hugo, Café de la Paix, Les Deux Magots y la espectacular Opera, donde disfrutamos del famoso ballet de París), me disponía a recibir con los brazos abiertos a mi querida María que venía equipadísima para quemar la capital gabacha.

Día de su supuesta llegada. 8 de la mañana. Recibo en mi Blackberry un mensaje de la susodicha asegurándome que no puede volar debido a una erupción volcánica. Ante ese nada explícito comentario, mi primera reacción es pensar que en la sierra de Gredos hay un volcán cuya existencia desconocíamos… Por suerte, para resolver este tipo de dudas existenciales está Google, y corro a informarme de la que se está montando en Europa (menos en Islandia, origen del desastre y donde están fenomenal después de, como quien dice, soltar el pedo y echar la bufa al resto del continente. Un asco. Y perdón por el tono escatológico) Total, que little Mary se queda sin fin de semana ideal. Yo tampoco me lo iba a pasar de luto así que asistí a la que corono, sin duda, como una de las mejores fiestas en las que he estado este año: Le Bal des Princesses, un baile de época déjanté en el palaciego Pavillon Royal. Un sueño, ahora más que nunca porque todo lo que recuerdo está tan nublado como mi cabeza al día siguiente, cuando desperté vestido cual Napoleón y con la lengua como un trapo empapado en Vodka y Red Bull. Memorable, gracias a las fotos, desde luego, y a los majestuosos cardenales de mis rodillas después de pasarme la noche en el suelo a causa de mi énfasis bailongo.

Y mientras, la nube volcánica acechando mi vuelo a Barcelona tres días después… Para calmar la incertidumbre pasé unos días de solazo espléndido en París de terraza en terraza, Gin Tonic tras Gin Tonic y tarjetazo tras tarjetazo en Marly, de nuevo, y en Costes Pompidou. Lo justifico, claro está, porque tenía que ir haciéndome a la idea de que mi viaje se iba al traste por una columna de ceniza proveniente de un volcán, tal y cómo rezaba el mail que me mandó la compañía aérea. Suena a broma, sí. Finalmente, me arriesgué a acercarme al Charles de Gaulle y entre el caos reinante tras una semana de cancelaciones, ¡milagro!, mi avión despega y me planto en mi adorada España entre rosas y libros del barcelonés día de Sant Jordi. Era el comienzo de una semana es-pec-ta-cu-lar por los clubs y garitos más In de Barna y también por alguno no-sé-si-recomendable a no ser que se lleve más alcohol que sangre en las venas y se tome uno a risa la fauna mariquita que habita por allí. Hablo de Arena, lugar en el que no queda del todo claro si te están echando el ojo para llevarte a la cama o para dejarte los ojos morados de dos guantazos por pijo. En cualquier caso, fue llegar a BCN y besar el suelo y la botella de ron que no solté hasta seis días después, con lo cual mi estado de conciencia era el ideal para verlo todo maravilloso y amar a todo el mundo.

Creo que desde los tiernos 18 añitos no se me hacía de día de miércoles a domingo entre Solidarik, Sutton Club, Sotavento Beach Club y Opium. A mi vuelta, eso sí, carezco de pulmones, de hígado y de crédito en la VISA, pero oye, que me quiten lo bailao. Noches diez con gente diez que culminaron un amanecer de hace una semana intentando pagar un Taxi picando el Bono Metro en la rendija del aire acondicionado del auto en cuestión y emitiendo un Click! de modo oral, esperando a que el taxista no se diera la vuelta y me pusiera los morros del revés. Patita, querida, un millón de gracias por todo. Te amo.

La depresión post-vacacional aguda que sufro desde entonces he intentado sacudírmela como mejor sé hacer, a tarjetazos, para mi desgracia, entre los Martinis del Hotel Costes y la fiesta LIM de ayer noche en Les Planches que me dejó reventado para mi primer día, hoy lunes, de curso intensivo de francés para sentirme bien conmigo mismo (después de haber rechazado dos oportunidades laborales autojustificadas con un «este es mi año sabático») y empezar a ponerme las pilas antes de los exámenes que tengo a la vuelta de la esquina. Encima, después de estas semanas de tiempazo primaveral  increíble, hoy vuelve a llover… Que Mayo acabe pronto, mon Dieu, quiero Junio, de nuevo sol, terrazas, playa y, por qué no, un poquito más de España.

Besos sonoros!


Recopilación

No merezco vivir. Mi inconstancia para (casi) todo está quedando más que patente en este espacio. Vergüenza tenía que darme. Pero no os olvido, mes amours!

Lo primero, aunque no lo creais, es comunicaros que mis días de estudio post-resacoso gracias, mayormente, a  Duplex y a  Queen no fueron nada provechosos pero que, milagrosamente, he aprobado todo. Ahí lo llevais. El próximo año os vais de Erasmus, los pocos que aún podais, a vivir la vida y a quitaros del medio asignaturas como churros. Seguid mi ejemplo, pequeños, aunque llegue el día del examen y esteis a punto de perecer de una taquicardia tras varias noches a base de Red Bull, té de naranja y canela y cafés matutinos. Y si aún así no llegais a terminar de leer la mitad de la materia, potenciad vuestro acento español, poned cara de poca inteligencia y repetid: «Je suis Erasmus…» Todo hecho!

Ese fin de exámenes que creí catastrófico y que ha resultado ser un triunfo fue celebrado igualmente por todo lo alto en Back Up, una noche de la que os contaría un millón de anécdotas si pudiese recordar algo diferente de lo que se ve en las fotografías que teneis más abajo y que parecen hablar por sí solas. El fin de semana en general es una vaporosa nube en la que vislumbro vagamente otra estupenda fiesta en la Cité Unniversitaire que terminó avanzada la mañana del domingo en una habitación con una cama bastante concurrida…

Poco recuerda mi memoria hasta la emotiva fiesta de despedida de mi querida Patricia unas semanas después, poco excepto una espantosa cena en Le Refuge des Fondues seguida de unas mucho mejores copas en L’Infini salpicadas tan sólo por el no-saber-beber-ni-estar de ciertos franceses que, gracias a Dios, esa vez no terminó a golpes en la calle con todos nosotros implicados.

Y Patricia, gran amiga, efectivamente, se nos fue después de seis meses de estancia en esta maravillosa ciudad. No sin hacer ruido, desde luego. Una soirée perfecta con un toque irreal. Irreal porque me convencieron para actuar en una casa okupa (que yo en mi vida había pisado) como sorpresa para la susodicha. Dicen que una imagen vale más que mil palabras y, en este caso, estoy de acuerdo. Ahí va, con un saludo a una de las artífices de todo esto, mon amour, Begoña, que trajo todo su arte de España para regalárselo a París durante unos mágicos días, y por supuesto con otro para Patricia, a la que añoro muchísimo y espero ver pronto en un estupendo viaje a Barcelona:

Después de esta noche íntima llegó un sábado harto más canalla. Patricia no se iba a marchar con sigilo y organizamos otra soirée especial en Le Moulin Rouge con champagne a borbotones. La noche fue maravillosa aunque desde luego el show, lejos de Ewan McGregor y Nicole Kidman, tiene más bien similitudes con el Noche de Fiesta de nuestro José Luis Moreno… Aún así, recordad de entradas anteriores que era una promesa, y lo prometido para mi, casi sin excepción, suele ser deuda. Tras la fiesta cabaretera, una más, repleta de Maki y Sushi japonés regado con Veuve Clicquot para decir un adiós definitivo a nuestra pequeña. Te echamos de menos, ma cherie!

Al tiempo que ella marchaba para Barcelona, yo tuve que coger un vuelo a mi adorada Madrid para cursar un seminario en la Universidad con vistas a marcharme el próximo curso a los States, nada más y nada menos que a Boston y casi sin tiempo para respirar en España cuando concluyan mis días en París. Así pues mi aventura europea parece que se prolongará en el Nuevo Mundo y me encuentro impaciente por vivir la experiencia, la verdad.

La semana madrileña, como era de esperar, fabulosa. Maruchi, que ya está allí instaladísima en una monada de apartamento, fue una de las protagonistas entre Cassette Club y Stardust, dejando hueco entre medias para reencuentros con gente maravillosa y también con mucha gente nueva. Guapa y nueva. Así nos dejamos ver por las terracitas de La Latina y la Plaza de Santa Ana, los garitos de Chueca y Alonso Martínez, los Teatros del Canal con unos excelentes Els Joglars y la Sala Riviera con un agitado concierto de La Roux, un descubrimiento de mujer que nos encanta.

La vuelta a la capital del amor la describiré como «alterada». La culpa, sin duda, de la primavera, cuyos efectos este año aún dudo cómo describirlos. Para quitarme la tontería he preferido no pasar demasiado tiempo a solas así que me he marcado un estupendo fin de semana acudiendo e la re-apertura (al loro, Maruchi) de aquel garito llamado Les Bains Douches que con pesar descubrimos cerrado en el mes de octubre. Dejé huella por ambos en la tarima y en la caja del citado lugar, que era bastante hortera y carecía de ventilación, por cierto. Pero oye, una noche estupenda.

A pesar de la resaca de la jornada siguiente, no podía dejar de ir a una fiesta de cumpleaños de una buena amiga que terminó en 130, rue Rivoli, uno de los locales más animados y con mejor ambiente que he conocido en esta ciudad, a pesar de sólo recordar los movimientos de la VISA y las agujetas de mis piernas tras la divertidísima sesión de baile. Un cambio de aires adornado con más gente nueva que me vino fenomenal, sí señor. A las pocas horas de acostarnos, timbrazo de mi casero gallego en la puerta y tres personas en mi cama cual tranchetes fundidos. Evidentemente, nadie respondió. No quiero imaginar lo que habría pasado por su mente, teniendo en cuenta que piensa que mantengo una relación con una buena amiga cuyo único interés es beneficiarse de las paellas de marisco a las que, de cuando en cuando, me invita este buen hombre. Aún a día de hoy no sé que querría decir aquella llamada temprana. O bien me subía un plato de cocido, que es algo muy suyo, o bien venía a pedir explicaciones del escándalo que debimos montar al amanecer y del que, adivinad, no me acuerdo de nada. Miento. Sólo de las fotos que aparecieron en mi cámara al día siguiente y que desde luego no pienso enseñar.

Y poco más, mes petites, un resumen rápido e intenso de lo que se puede hacer público de estas últimas semanas. Anécdotas que se completarán durante el mes de abril con una relajante visita parental el próximo fin de semana (relajante para mi y para mi tarjeta de crédito), una esperada escapada de una buenísima amiga desde España, un fantástico viaje a Barcelona a finales y posibilidades laborales varias. Abril viene cargadito.

Bisous!

Joyeux Anniversaire, Joyeux Examens!

No mucho que contar, queridos y queridas lectoras. Es lo que tiene haber venido al mundo en Enero, que hace más frío que pelando rábanos y que en la universidad pública en la que me encuentro aquí en París es época de exámenes. Después de aquel nada-cálido pero festivo fin de semana en Londres, juré y perjuré que pasaría más tiempo en las bibliotecas que en cualquier otro lugar de la capital francesa, así que el viernes siguiente, fecha en la que caía sobre mi la carga de los dos patitos, organicé una cenita de temática mejicana aparentemente tranquilita para los justos. Mal hecho. Si sé que más de dos semanas después, a las ocho y media de la tarde de un lunes iba a estar recién levantado y con la lengua cual trapo después de una movidísima noche en Queen, organizo la fiesta del siglo.

Tras los home-made-Margaritas de mi pequeña celebración, el sábado también se presentaba tranquilo con la idea de ir a ver una representación de Lorca en una pequeña sala de teatro. Después del esfuerzo de intentar comprender una obra quasi surrealista en francés, nos merecíamos al menos una copita de vino, y a ello fuimos. La noche terminó alcoholizada y folklórica entre pescaíto frito, palmas, guitarras y flamenco en Casa Pepe, un conocido, divertidísimo y guiri local en pleno Quartier Latin que nos despidió casi entre aplausos después de que cantáramos absolutamente todo el repertorio de rumbas y coplas españolas.

La semana pasó sin demasiada pena y sin gloria alguna fingiendo estudiar pero perdiendo en realidad las horas una detrás de otra entre redes sociales varias, capítulos de Queer as Folk y Mujeres Desesperadas, y con la mente en el séptimo cielo después de recibir la noticia de que me marcho a Boston el curso próximo, a seguir dejando mi pequeña huella por este mundo. Decidí dejar de engañarme, reconocer que, aunque fuera una locura, no iba a ponerme en serio hasta dos días antes del primer examen, y volverme a pasar un fin de semana más a lo grande en el famoso Le Cab, local con grandes dosis de estilo echado a bajo, por momentos, gracias a una música más propia de cualquier garito periférico.

La semana posterior pasó sin nada reseñable exceptoel frío polar ártico y la actuación de la pequeña Elena en el Theatre Mouffetard y la especie de «cóctel» posterior en el que el hambre pudo sin lugar a dudas a las buenas formas. El miércoles, efectivamente, a dos días de mi primer examen, comenzó mi particular maratón bibliotecaria que concluyó con lo que espero será un resultado satisfactorio. Es algo que, sin duda, rezo para que se repita mediante intercesión divina la semana que viene, en la que tengo cinco examenes que aún no he mirado. De esos cinco, además, dos me coinciden a la misma hora. Respuesta de la Universidad: Ahí te apañes. Una nueva muestra más de lo competentes que son en este país.Vida dura la del estudiante Erasmus. En lo que queda de hoy, desde luego, mi cabeza sólo da para intentar rellenar las lagunas mentales de anoche. Mañana será otro día. Provechoso o no, en unas horas lo sabremos.

París-Londres-Siberia

Tras la resaca del champagne de la última noche del año, el estómago henchido y las pilas cargadas una vez terminadas mis casi dos semanas de estancia en el hogar paterno, llegó el día de vuelta a mi adorada capital francesa. Esta vez no estaba dispuesto a pagar un sólo céntimo de sobrepeso a la compañía aerea, pero las nuevas adquisiciones navideñas estaban muy lejos de caber en una sola maleta y no sobrepasar los 20 kilos de peso, así que, ni corto ni perezoso, decidí, como ya os adelanté en el post anterior, que me llevaba tres, previa facturación reglamentaria. Con semejante tasa de equipaje no tendrían la desvergüenza de cobrarme por algunos gramos de más, pero por si acaso, no quise darles motivos, y aquella báscula olvidada en la esquina de mi cuarto de baño, por fin, fue de utilidad, demostrando que las cosas buenas sobreviven al paso del tiempo, aunque no se usen. «El peso justo», podriamos titular mi jornada de viaje, y yo lleno de orgullo y satisfacción tras demostrarle a la azafata (que miraba con ojos incrédulos mi nuevo e ideal maletón de Salvador Bachiller) que todo estaba perfectamente dentro de las normas. Todo excepto mi columna vertebral tras cargar cual mula con las tres maletas por la ruta Ciudad Real-Atocha-Barajas. Menos mal que en el airport me esperaba mi querida Maruchi para disfrutar de un agradabilísimo vuelo, a Dios gracias, sin retrasos por temporales varios ni huelga de controladores.

La llegada a París fue fría, muy fría. Siberia. Un tiempo horrible que combatimos con una monada de cena de Reyes chez moi acompañada de vino francés y con roscón incluido traído directamente desde España (en mi ideal, repito, maleta de Salvador Bachiller). La noche pasó fugaz y desembocó en un día infernal en el que teníamos previsto nuestro viaje a Londres atravesando en tren el canal de La Mancha. Tras seis horas de espera por retrasos debidos al temporal de nieve, nuestro mal humor ya no lo aliviaba ni el catering que nos ofreció la compañía Eurostar. Cuando creiamos morir por congelación (aquí en las estaciones no hay calor excepto el humano, desconozco el porqué), por fin avisan de la llegada de un tren. Tras berridos insultantes varios, tirones de ropa y empujones, conseguimos llegar al control de acceso en el que descubrimos con estupor que la divina Raisa no lleva el DNI. Fenomenal. Dos horas y tres trenes después, Raisa regresa con su documentación en  regla y conseguimos un hueco en el último viaje del día a Londres. Y así, cual refugiados hacia un campo de trabajo, llegamos a la mitad del recorrido y, como ahogándose poco a poco, el tren se detiene. Todo va estupendamente, parados en un pueblo perdido de la mano de Dios, con los labios morados de frío y nevando como si fuera a acabarse el mundo. Lo que yo decía, Siberia. En esta cinematográfica situación y tras más de media hora de espera se acerca otro tren que nos deja en la capital británica pasada la medianoche y con el estómago en los pies. Una llegada estelar, sin duda. Y como era de esperar, en Londres todo más cerrado que en el día del Señor. Nuestro menú nocturno consistió en unos cuantos sandwiches y unas bolsas de patatas que encontramos de milagro en una gasolinera cercana al hotel, y que una amigable guiri con más de una y más de dos cervezas encima nos ayudó a conseguir. Todo glamour. Por lo demás lo que quedaba de noche pasó sin demasiada novedad, el cuerpo no nos respondía para quemar la madrugada londinense pero aún aguantó subidas y bajadas por las escaleras del hotel a las tantas de la mañana exigiendo, por favor, que nos cambiaran de habitación porque la ventana estaba estropeada y el Yeti iba a hacer su entrada en breves momentos si la temperatura bajaba un grado más.

Ameneció, que no es poco, una mañana luminosa y espectacular, de esas en las que el moquillo se congela antes de llegar al orificio nasal. Las vistas de Londres nevado compensaron todo principio de congelación de nuestras extremidades y el día pasó agotador por las calles más céntricas, la espectacular tienda de Abercrombie & Fitch (no por la ropa, que considero que es Inditex en caro, si no por los dependientes) y concluyó en el Her Majesty’s Theater con el mítico Fantasma de la Ópera. La noche nos abrió las puertas del Soho londinense y de Boheme, donde vivimos un previo a mi cumpleaños (este próximo viernes) entre cervezas, vinos y cócteles variados. Tan tarde se nos hizo que tuvimos que dejar de lado la idea de ir a Heaven, una famosísima discoteca que recomiendo y que ya disfruté en mi última visita a la ciudad con Maruchi (con la que nunca termino precisamente sobrio) y con Tess. Un beso enorme a las dos.

Pocas horas después, el día era tan insoportablemente frío que desistimos de las rebajas de Harrods y nos limitamos a pasear de café en café dando cabezadas y a dar un pequeño paseo por el peculiar mercado de Camden Town (mercadillo, que no mercado, pero curioso, muy curioso).

Tras los breves y fríos días londinenses, agradecimos las seis horas de viaje de vuelta en tren (habitualmente aseguran que son dos, aunque no sé si creerlo ahora) y la llegada a la no-menos-fría París, en la que llevo dos días en los que sólo he puesto un pie en la calle para descubrir que me han debido duplicar la tarjeta de crédito (no es una excusa) y que mi cuenta está en unos grandes y relucientes números rojos. Así que, para eso, he decidido volverme, no alejarme más de medio metro del radiador de mi buhardilla y pensar que mañana será otro día, el tema bancario habrá sido un mal sueño y el mes de enero, repleto de grados bajo cero y exámenes que aún no he tocado, habrá concluido.

Hasta entonces, os envío un congestionado e invernal saludo esperando que los reyes se hayan portado fenomenal con quien haya hecho méritos y deseando que nos traigan un poquito de calor oriental.

P.S: Un pequeño anexo aclaratorio para una exclamación: Franceses=Incompetentes. Después de citas previas cual Emilio Botín y firma de los pertinentes cuatrocientos papeles que recopilan cada pestañeo que das en la sucursal bancaria, me dicen que nadie me ha duplicado la tarjeta, que es un fallo electrónico que les ocurre a menudo, registran movimientos que después no se hacen efectivos. Una risa. ¿Solución? Ninguna, que esté al loro, no sea que una de esas veces los cargos de más de 500 euros que aparecen por error se me vayan a cobrar de verdad y se me quede la cuenta en números granates… Ante esta respuesta, no sé quién tenía más cara de gilipollas, si la estirada de la oficina o yo ante mi asombro. De chiste. Mañana me fundo la VISA en tiendas y le echo la culpa al Banco Nacional de París…

Joyeux Noël!


Soy lo peor. Promesas, promesas y promesas de una actualización semanal que no he cumplido. Podeis creerlo o no, pero nunca he parado por casa el tiempo suficiente para dedicarle al blog los minutos que se merece. Y aquí estoy, a las puertas de 2010, a punto de comenzar la noche de los propósitos por excelencia, y sin cumplir los míos propios. Qué cosas. No volveré a caer en el error, así que no prometeré nada esta vez, pero comenzaré el año cargado de buenas intenciones de cara a este espacio y, como no, a vosotros. Queridos y queridas, os deseo, de corazón, todo lo mejor.

No me encuentro en París en estos momentos (qué más quisiera que estar en la fiesta del Casino, invitación a la que di vueltas seriamente pero que los planes familiares me obligaron a rechazar), ni tampoco en Madrid, ciudad que, como sabeis, amo y en la que he pasado una semana estupenda antes de venirme a la cuna de mis raíces. Estoy en Ciudad Real, corazón de La Mancha, en la que estoy disfrutando de la paz y armonía del hogar paterno. Una paz y armonía muy relativas cuando se trata poco menos que de la familia Trapp (prototipo cinematográfico de lo que más vulgarmente podemos llamar familia-coneja) y cada encuentro se transforma en un evento multitudinario. Ciudad Real evoluciona año tras año y empieza a ser la ciudad animada que siempre ha sido aderezada con dosis muy altas de lugares estilosos y muy bien montados. Me ha sorprendido, tengo que admitirlo, y ha habido noches estupendas en compañía de gente a la que adoro y a la que llevaba tiempo sin ver.

La semana que pasé en Madrid, como esperaba, no defraudó. Es más, vi a más gente de la que pensaba y disfruté cual novato en la capital de España. Ajetreo, eso sí, mucho. Sin parar. Pero es lo que me encanta de Madrid. Momento destacable, sin duda, además de todos los reencuentros festivos, y nada más pisar la ciudad, fue el descubrimiento de la nueva imagen de ese icono del chonismo llamado Belén Esteban. Impagable cirujano, desde luego. Destacable también la visita doble a  Root, en muy, muy buena compañía en ambas ocasiones y alrededor de temas de conversación similares no publicables en blog alguno. Un saludo cariñoso desde aquí a Alejandra y a esa maligna Biperina Folclórica, y a una cumpleañera muy especial de cuya compañía pude disfrutar durante toda la noche del viernes.

El domingo por la mañana, con una resaca importante tras otra no menos importante fiesta, y con las anginas casi impidiéndome el habla, decidí que era suficiente. Abandoné la idea de asistir a la fiesta anual de televisiones y radios esa misma noche y partí entre Ibuprofenos al retiro y/o exilio familiar, en el que, como ya os he dicho, me encuentro hasta el día 6. Vuelo a París de nuevo, sí, para acto seguido marcarme un maravilloso fin de semana en Londres, donde las rebajas nos esperan para completar un armario que ya va bien servido con las tres maletas que pretendo facturar.

Mi recuerdo parisino pre navideño, lagunas aparte, es inmejorable. Alexandre y sus deliciosas fondues, Le Back Up y sus temazos, le Six Seven Club en excelente compañía, la Caveau de la Huchette y sus noches de jazz en St. Michel, los eternos Margaritas del Open en el Marais, los desfiles de moda en Lafayette, el espectáculo que dimos en la Torre Eiffel vestidos cual Locomía,  Regine con sabor a despedida… Nuevos lugares, visita a otros ya conocidos y nuevas noches de ensueño con mi petite famille parisienne, además de una fugaz pero bien aprovechada visita a Angers con mi querida Maruchi. Qué estupendo ha sido este final de año en Francia, me quedo con cada día, cada hora y cada minuto, cada copa, cada paso de baile, cada resaca y cada conversación dominguera de manta e infusión. Me quedo con todo y con el deseo de que continúe así durante este 2010 que espero con ilusión y con grandes propósitos. Siento resumir, pero la cena está servida y el champagne pierde frío. A vuestra salud.

¡¡FELIZ 2010!!


Paris est merveilleuse!

París. ¡Qué ciudad! Casi dos meses de locura en los que  no he tenido casi tiempo de actualizar. La ciudad perfecta para enamorarse y desenamorarse. La ciudad de la luz y de la oscuridad. La ciudad más chic, la más chabacana. París lo es todo a la vez… y mucho más.

Creo que la mejor forma de re-comenzar es terminando lo anterior (lógica aplastante), y a ello voy:

Tras un estupendo y larguísimo fin de semana, y tras recuperarnos de unas fuertes resacas, Maruchi regresó a Angers sin sus ideales zapatos, los cuales me encargué de ir a buscar a la oficina de objetos perdidos días después, lugar en el que pasé por transexual delante de varias decenas de personas. Tras rellenar la ficha con datos de Mar, descripción del objeto perdido y causas y lugar de la pérdida (mi cara estaba del color del gazpacho), me pasan a la sala de espera. Minutos después, resuena por los altavoces el nombre de «María del Mar», tras lo cual me levanto ante la atónita mirada de la gente. Llego a la ventanilla sin ningún dominio del francés y bastante avergonzado de por sí, y la primera pregunta que alcanzo a comprender es si soy yo María del Mar… Me tocó aguantar la gracia sólo para descubrir que los zapatos de Maruchi deben estar vendiéndose en el Mercado de las Pulgas (que no os engañen, se trata de un lugar poco recomendable y muy choni) porque no hay ni rastro de ellos. Ella, pobre ingenua, convencida de que se habrían quedado en el apartamento de una amiga al que pasamos totalmente ebrios a recoger provisiones aquella noche fatal. Semanas después, Mar regresó a París para coger un vuelo a España, momento que aprovechamos para tomar unas copas en Link y cenar en Kaiten, fabuloso Sushi Bar, y para confirmar, en compañía de la citada amiga, que lo mejor que le ha podido pasar a los zapatos es que estén en el vestidor de la hija del taxista.

A la vez que Mar se marchaba a Angers tras aquel fin de semana, y después de pasar el siguiente en Amsterdam, Gante y Brujas disfrutando del estupendo Grand Hotel Amrath y de la gastronomía del Majestic y otros muchos (una lástima estar enfermo y no poder disfrutar de todo lo que ofrece Amsterdam, ya me entendeis…), yo decidí mover el trasero y largarme de aquel hotel pilingui que también (al igual que Easy Jet) iba a salir de la crisis conmigo. Apartamentos vistos: Uno, el de los Campos Elíseos. Iba a decir dos, porque mi intención era haber visitado otro, pero cuando llegué a la zona y me percaté de que era ligeramente similar al Bronx, decidí que no me interesaba. Así que, previa llamada al propietario, me planté en la que es ahora mi adorada buhardilla parisina próxima al Arco del Triunfo, y que ha quedado ideal después de algunos ligeros toquecitos (televisión e internet, por suspuesto, incluidos). La inauguración, claro, no se hizo esperar. Donde cabe uno, caben ocho, y emulando a la Preysler apañé una cenita mona seguida de unos Ferrero Rocher para empapar el vino en grandes cantidades que llevábamos encima y (gran descubrimiento) los litros de cocktail de ginebra y limón embotellado (a partir de ahora, lo llamaré por su nombre, Pitterson). La noche acabó cerrando Queen, club peculiar descubierto durante mi fin de semana con Maruchi y que ahora no se libra de nuestra visita una vez por semana. Así es, adiós a los botellones en la calle y las friki-fiestas Erasmus (sabía yo que no iba a aguantar mucho ese tipo de costumbres…), hola a las fabulosas fiestas 100% parisinas (mención especial para la ideal fiesta de Halloween de la que apenas recuerdo la resaca de dos días). Nuestra favorita, los jueves. Champagne, cena cocktail y baile se funden en lo que aquí llaman Afterworks, repletos de beautiful people que se reparte por varios de los locales más chic de París. Entre ellos, Sens (donde disfrutamos de la agitada fiesta de L’Oréal Paris) y Montecristo.

Beautiful, very beautiful people la que he conocido aquí, y a la que dedico esta entrada. Mi petite famille parisienne. Aquellos pequeños indigentes de los que os hablaba los primeros días han terminado instalándose en mi corazón (y en sus respectivos pisos también). Gente maravillosa, mi particular Torre Eiffel, que me guía por las calles de esta ciudad mágica y sin la que París no sería lo mismo.

Gente maravillosa, sí. Amigos, amigos de verdad. Todo no se puede tener en esta vida, ¿no? Pues supongo que esa es la razón de que, por otro lado, mi cama esté tan vacía o más que mi nevera (vacía excepto cuando caemos dos o tres en coma al amanecer). ¿La ciudad del amor? Sí, para venir con pareja desde fuera, porque encontrarla aquí, hasta el momento, complicado. Poca cosa, muy poca cosa, y lo poco que hay raro y/o ambiguo. Supongo que recordareis al recepcionista del hotel. Efectivamente, me llamó para quedar una mañana, me enseñó un paseo precioso que después he repetido hasta la saciedad con las visitas que han venido ávidas de turismo, y me dijo, al final del día y para mi asombro, que estaba casado, con una mujer. La situación del matrimonio, por lo visto, pésima. Mal rollo, muy mal rollo me dió su interés por quedar conmigo así que pies para que os quiero. Quita, quita.

Por otro lado, aquel ambiguo del traductor electrónico resultó tener Facebook finalmente, porque me agregó unas semanas más tarde. Mensaje cortés y nunca más se supo, al igual que a la práctica totalidad de mis amigas y amigos.  Para ambiguo también el responsable de Bacardi Martini Francia, un danés que me huntó a copas en Queen y que quería «introducirme» a no-sé-cuantos amigos «guapos y con clase». Desde luego él no tenía ni lo uno ni lo otro, así que como mucho lo único que habré conseguido será un gran número de invitaciones a fiestas. El resto, algún pesado en la zona de ambiente (muy hardcore, por cierto, como para no ir) que no merecía ni el Bonjour. ¿Ciudad del amor? Igual hay que esperarse a la Primavera que la sangre altera. No desesperemos… ni con el amor ni con los estudios, al final todo llega, eso dicen, ¿no? Mañana juro ponerme las pilas… (Lo digo cerca de las tres de la mañana después de llegar de una cenita en el barrio latino tras una tarde de cervezas, mon Dieu!)

Hay mucho más desde luego, queridos y queridas, pero sería imposible resumir cada uno de los días de estos dos fantásticos meses, os quedais con el grueso, con algunas fotos y con la promesa de una actualización semanal a lo Carrie Bradshaw ahora que estoy instalado, tengo internet y he resuelto los millones de líos burocráticos pertinentes, porque en esta ciudad, en tema de papeles, todo son problemas. Y nos quejamos de los funcionarios en España…

Gros bisous depuis Paris!!

Y recuerdos, muchos recuerdos para Madrid, el único (hasta ahora) amor de mi vida.

MUAK!

Sex and the City

La luna llena sobre París!


Lugares emblemáticos avistados: Perdí la cuenta.

Euros invertidos: Idem. Pero muchos.

No sé ni por dónde empezar. Han pasado tantísimas cosas de viernes a domingo que podría estar horas contándolas. Todo comenzó con la visita, el viernes por la noche, de mi querida Maruchi desde Angers. Lo que iban a ser un par de noches va a prolongarse unas cuantas más, porque aquí seguimos, de borrachera a resacón y tiro porque me toca.

Viernes noche: Tras una cena en Cockney, picnic a la francesa en el Sacre Coeur. Botellita de vin rouge (que por querer comprarla con tapón de  rosca para su fácil apertura, más que vino era vinagre de módena), amigos (los que estaban en modo indigente, que ya van encontrando su sitio) , buena compañía y aires de fiesta. Como novatos que éramos aún (hoy ya somos expertos) pedimos recomendaciones al recepcionista del hotel (hay que tener a este hombre en mente hasta el final de la entrada), que nos dirigió a una «famosa» discoteca de Pigalle que resultó tener más fachada que interior. Antro. Antro total. Y nosotros, que estábamos estupendos, dando el cante. En vista de que no sabían servir ni un Gin Tonic en condiciones, la verdad es que la noche no se alargó más de la cuenta. Intentamos tomárnoslo con filosofía… imposible, lo juro. Todo lo que sacamos fue estupefacción y risas del tipo qué-hacemos-aquí. Tugurio. No-digo-más.

Al día siguiente, con resaca del Don Limpio Gel Activo con Bioalcohol para WC que nos habían servido, nos encaminamos hacia los Jardins des Tuileries, donde tenía lugar la glamourosa Fashion Week parisina. Atracón de gente guapa para después aprovechar la cercanía al Louvre y ver una buenísima exposición de pintura veneciana.

Cinco de la tarde, el estómago en los pies y con ganas de mambo, el que encontramos con más gente guapa y con el Chardonnay en el restaurante L’Avenue y con el posterior Sauternes frente a la torre Eiffel. La noche se presentaba estupenda con vistas a ir a Les Bains Douches, un famoso club de París. Volvimos a pagar la novatada porque, después de recorrer media ciudad, el tal Bains Douches estaba más extinto que Ramoncín. Eso explica que nos encontráramos a más de una vieja gloria por la calle con cara de melancolía y suspirando por ese escenario de su lejana juventud que ya estaba más off que los Tamagochis. Eso sí, había sido un sitio estupendo así que por lo menos buen gusto, tenemos. Esta vez, París no iba a poder con nosotros, así que fuimos precabidos y nos llevamos varios lugares como segunda opción. Y a uno de ellos fuimos. Queen, en Champs Elyssees (en francés, todo suena mejor). Otro lugar gay-friendly con una música increíble, un sitiazo, y un ambientazo fenomenal. Problema, de nuevo, que las copas como en España, en ningún sitio. Demostrado. Para ellos el Barceló es un invento por descubrir y el sifón y el cubata aguado, el pan nuestro de cada día. Amén. Evidentemente, al terminar la noche, y para rebajar ese aguachirri malvado que habíamos ingerido en grandes dosis, vimos el cielo abierto en una hamburguesería cercana. La Noche en Blanco parisina no sólo abre las puertas de los museos, si no también las de tu estómago ofreciéndote a tempranas horas matutinas importantes cantidades de comida basura. Qué bien. Pues como cerdos nos pusimos después de haber quemado bailando el Carpaccio y los Tomates Bio (¿?) de L’Avenue.

Y llegó el domingo, día del señor, y con él las más gente nueva. Guapa, y nueva. Volvimos a L’Avenue y de ahí al fabuloso Hotel Costes, donde continuamos con nuestra nueva aficción a los vinos franceses, al foie y a los rollitos nems, mientras disfrutábamos también de la música chill y de los estilismos de Jaime de Marichalar. Y como la noche es joven (y el día también) y en París siempre hay planes, nos marcamos una turistada (eso sí, con mucha clase) y al Lido que nos fuimos, a disfrutar de la revista y del champán (aún así, no me olvido del Moulin Rouge, continúa pendiente) Menos mal que es cierto que el alcohol hace olvidar (a medias) porque casi perecemos en plenos Campos Elíseos en accidente automovilístico. Como lo leeis… La noche parecía ver su fin, pero no, fue sólo el principio.

Tras el espectáculo del Lido terminamos en BC, un exclusivo club en el que nos volvimos a deshacer bailando y bebiendo vodka cual agüita del grifo. Personajes curiosos, muchos. Entre ellos, una monadita interesante que me estuvo dando la chapa con la pierna de un maniquí que llevaba consigo. Muy fuerte, y muy borracho. Risas abundantes y, después, objetivo perdido… Lástima!! Perdido porque nos agarramos una muy mítica (unos más que otros). Después de pasar a recoger provisiones chez une amie (una caja de queso Président), nos ganamos una expulsión de nuestro taxista (al que habíamos tardado largos minutos en encontrar). Los motivos, varios, principalmente el deseo de Maruchi de abrir la puerta del coche en marcha y el olor a pies del queso que, por supuesto, ya habíamos abierto (olor que aún persiste en la habitación del hotel, e imagino que asimismo en el Taxi aquel)

Allí estábamos, borrachos, descalzos por París, suplicando por otro Taxi. Se hizo la luz, nos recogieron y llegamos sanos y salvos a nuestro hotel pilingui, exceptuando los ideales zapatos de Maruchi que puede que sigan dando vueltas por París en la parte de atrás del Taxi…

Llegada a la habitación previo show de Maruchi en recepción, Maruchi Cojona cae muerta y yo bajo a disculparme con el recepcionista y a pedirle por favor una solución para rescatar los zapatos. Solución, ninguna, pero (violines de fondo) a mi se me suelta la lengua francesa y me quedo dos horas con el amable recepcionista que resulta ser encantador. Cerca de las 8 de la mañana y con Maruchi en el octavo sueño, nos damos los teléfonos, correos y Facebooks y quedamos en practicar francés más a menudo… Eso es una noche bien aprovechada y, lo demás, tonterías…

Mi cuerpo hoy se resiente, el de Maruchi no responde, menos aún cuando caigo en la cuenta de que tengo que volver a renovar mi reserva en el hotel porque no he mirado un mísero alojamiento para mi estancia en esta fabulosa ciudad… Y mañana, reunión en la Universidad (palabra de la que había olvidado el significado)

Pequeños míos, juro estabilizarme y encontrar un sitio donde meterme… Aunque con los servicios tan estupendos que ofrece este hotel no es tan fácil irse…

Os dejo fotitos varias, si las queréis al completo, nos vemos por redes sociales.

Bisous!

En busca del piso perdido, by Andrés Proust

Primeros dos días en París.

Lugares emblemáticos avistados: Cuatro. El Moulin Rouge (duermo al lado, ya sabeis, y me pienso tragar el espectáculo en breve, por si alguien lo dudaba), el Arco del Triunfo, la cima de la Torre Eiffel desde los Campos Elíseos, las tiendas de Armani y Louis Vuitton.

Euros invertidos: 130, aprox (Es que la tienda de Armani la vi a las seis de la mañana cuando volvía en bus al hotel después de pegarme un fiestón, y la de Louis Vuitton… bueno… no he querido ni pasar para no sumarle un cero más a la cifra que os acabo de dar)

París es increíble. Cualquier calle es maravillosa y es imposible no pasear con una sonrisa en los labios. Hace fresco. Matizo: Anoche me congelé, por listo y por presumido. Pero hace sol, con lo cual los días con preciosos. Cuando amanecí ayer a la una de la tarde, me lancé a la calle para quedar con una amiga que ya lleva un tiempo aquí. Después de pasear, tomar una crèpe (en España nos echamos unas cañejas, aquí tomamos una crépe) e ir a la otra punta de la ciudad (o más) para vistar una residencia de estudiantes que resultó estar más cerrada que en el día del señor,  me presentó a un grupo de gente encantadora y todos me contaron historias para no dormir del tema alojamiento en París. Trasteros que se alquilan a estudiantes, cuartos de servicio, azoteas… Así que yo he ido hoy a ver mi primer piso acojonado y pensando llevar mata ratas en el bolsillo, por si acaso.

… Pero no ha ido tan mal. Es cutre, sí. Es pequeño, sí. Estoy en una azotea, sí. Pero estoy en los mismísimos Champs Elyssés (casi) y veo el Arco del Triunfo desde mi ventana (casi). Como era el primer «apartamento» que visitaba, me ha parecido osado decir que sí, así que el propietario, que es de Santiago de Compostela, me lo guarda por unos días. Le he caído en gracia al hombre, a pesar de que mis ojeras llegaban al subsótano después de la fiesta de ayer… Eso sí, sus palabras han sido más o menos: «Te lo guardo hasta que te des cuenta de que todo lo que vas a ver es mucho peor que ésto» Así que, con semejantes ánimos, creo que puedo hacer oficial que tengo casa en París, y que vivo en los Campos Elíseos (casi). El hombre ha sido tan majo que ha prometido no meterse en mi vida, me ha dicho que puedo hacer lo que me de la gana y «tirarme a las chavalas que me quiera tirar en el piso» Yo le he dicho, claro está, que puede estar tranquilo… Lo peor, que no tengo tele y que el edificio es de la Iglesia Evangelista, muy fuerte. Temo conocer a mis vecinos.

El «botellón» francés es curioso, hablando de otra cosa. Un «botellón» es algo que yo no hacía en España desde hacía ya años, porque donde esté una copa en condiciones en su vaso de cristal, que se quite lo demás. Y no digo que no me parezca divertido tirarme en un parque a beber de vez en cuando, pero con sol y con calor,  desde luego no a dos grados bajo cero y con los dedos al borde de la muerte por congelación. No es sano. A lo que iba, que al irte de Erasmus, tienes que hacer una especie de regresión a tiempos pasados y volver a la cultura de la bebida barata en masa. En París, cierto es, tampoco puedes permitirte otra cosa, y además está mejor lo que tú compras que lo que te sirven en las discotecas, porque madre mía… Tengo el intestino grueso entonando el «Sálvame» desde esta mañana… El botellón a la francesa no se  hace con alcohol fuerte, no, se hace con vino, porque aquí son muy chic. Y yo, que quereis que os diga, le veo todo ventajas: Ni hielo, ni refrescos, ni 10 euros por botella, aparte de que es bastante más potable que ese cianuro a la española llamado Ron Negrita.

Pues bien, después de este botellón a la francesa, nos vamos a una fiesta Erasmus en MixClub (de esas de las que todo el mundo huye, excepto los que son Erasmus). Y qué queréis que os diga que no os imagineis…  Frikismo, desfase, perreo, te toco una teta por acá, te sobo la otra por allá, no me mires que eres un troll de las cavernas pero bájate los pantalones y vamos al baño (unisex, por cierto, para ponerlo todo más fácil)… Todo muy hetero y/o confuso (un francés pesado no hacía más que sacarme tema de conversación explicándome el funcionamiento de su traductor electrónico… Cuando a los quince minutos se acabó mi repertorio de francés, comenzó en inglés, y luego lo intentó en español… Y todo eso para darme un Facebook que, encima, no existe. Lo flipo) Todo muy hortera también y muy guiri, momento pasodoble español incluido… Ante la vergüenza ajena, te da por reir, y me reí mucho mucho mucho, y bebí otro tanto para no ser del todo consciente de que, efectivamente, soy un friki-erasmus más… Así pasa, que cuando me ha llamado esta mañana a las 8.30 AM el propietario del piso, mi voz era la de la Veneno borracha.

Por la tarde, después de visitar a los amigos que me habían presentado, que están en modo indigente después de que les hayan echado de su hostal, he decidido venirme a descansar al mío, al que le tengo mucho cariño porque pone en su web que es «gay friendly». Y como os echo de menos, españoles y españolas, me he arrancado a seguir con mi diario antes de volverme a vestir, comprar una botella de vino  (otra más, ya pierdo la cuenta) e ir a pimplármela a la escalinata del Sacre Coeur, qué bohemio, qué parisino y qué romántico (música de violines) Es más, creo que voy a estrenar mi boina, sí. Ya os dije que en el Charles de Gaulle no te dejan pasar si vienes perroflauta… Bueno, pues tampoco te dejan si no llevas una boina en tu maleta. Y luego me dicen que si llevo sobrepeso…

Chiquis, mañana más!! Fotos de la friki-fiesta prometidas en cuanto me las pasen.